Testigos de la muerte: La piedra de Ara, el campo y la lujuria

 Sergio Osorio 2155025

10 de junio de 2023




Ancizar Restrepo es un hombre de 56 años, cuya vida ha estado marcada por innumerables experiencias en el campo, como son las veredas de La María, La Magdalena y sus alrededores. Nació en 1967 en la zona alta rural de Buga, en dónde también vivió gran parte de su juventud..Ancizar vivió interesantes experiencias de vida desde pequeño, tuvo alrededor de 18 hermanos, contando con hermanastros, y sus padres no vivían en una relación estable, por lo que su madre fue quien se encargó en mayor medida de ellos. Ancizar y su familia vivían en una enorme finca, tan grande como el barrio El Albergue de Buga.

Todos los hijos de ese matrimonio tenían que estudiar y trabajar. Se levantaban muy temprano para dejar las tareas de la finca hechas. Luego tenían que ir a estudiar y, al regresar, su papá no les decía nada sobre las tareas, al contrario, los mandaba a hacer otras cosas de la finca. Él recuerda que la mamá les preparaba el almuerzo, tanto a ellos como a los trabajadores que tenían, pero ellos se lo comían antes del medio día porque estaba muy rico o porque tenían hambre.

Ancizar estudió en el casco urbano de Buga. Hizo su bachillerato en el Académico de Buga, y dice que como era tan inteligente en clases no escribía, solo escuchaba las explicaciones del profesor porque con una explicación entendía y le iba bien en los exámenes.

 Además, como era tan buen mozo, sus compañeras le pedían que les hiciera las tareas y él las hacía, según él, para ayudarles. Sin embargo, eso de estudiar luego de bachiller era cosa de gente pudiente, por lo que no continuó con sus estudios. Cuando él y sus hermanos ya eran mayores, buscaban tener recursos, así que sembraban cosas en la finca de la familia para vender en el mercado, como el lulo, por ejemplo. Pero tenían que pedirle permiso a su papá y darle una parte del dinero que ganaban. Le decían: “Papá, vamos a utilizar esta parcela de tierra, vamos a sembrar esto, la mitad del dinero es para usted y la mitad para nosotros”.

En su juventud Ancizar tenía una novia muy bonita, era rubia, de ojos verdes y quería casarse con ella. Pero como él tenía pocos recursos, ella le dijo que no, que ella no podía aspirar a algo tan poco, que ella quería un hombre que la sacara de allí. Ancizar le dijo que le diera tiempo, que él lo haría, pero ella no quiso. Sin embargo, cuando la madre de Ancizar murió, esa chica de ojos verdes fue al cementerio a buscarlo, pero él ya estaba casado con otra mujer. Aquella rubia le dijo que se arrepentía de haber perdido la oportunidad de casarse con él, que era un hombre maravilloso, mientras que el hombre con el que ella se había casado le había sido infiel.

Ancizar cuenta que en La Magdalena eran muy comunes las fiestas y los encuentros cada fin de semana, pues era cuando la mayoría de campesinos y trabajadores estaban en su descanso y en su pachanga. 

Había un prostíbulo que era muy extraño, con gente bailando y riendo, las mesas tiradas y botellas en todo lado. Había allí mujeres que entregaban unos minutos de placer a cambio de cierta cantidad de dinero y entre ellas estaba Raquel Quintero: una bruja, que llevaba el apodo de “Maléfica”. Su madre dirigía el lugar y era la jefe —por no decir proxeneta— de las muchachas que trabajan allí. Maléfica parecía un hombre, tenía manos grandes y rasposas, y un caminado toche bastante particular.

 Maléfica era muy respetada en el lugar, pues nadie quería meterse con ella. Era una mujer de groserías e imprudencias a los cuatro vientos. Aun así, tenía su propio salón para sus fechorías y cuando “le echaba el ojo” a alguien, lo atormentaba hasta que cayera por fin en su juego. Si aquel hombre no quería, la mujer le hacía la vida imposible. Ese fue el caso de Ancizar, a quien Maléfica molestó tanto  tanto, que tuvo que huir a los Llanos Orientales porque incluso su familia lo molestaba con ella. 

Alrededor de esta mujer se tejieron varias historias. Por ejemplo, según muchas personas que vivieron cerca de ella, la última noche de noviembre de unos años atrás, la madre de Maléfica estaba por morir. Dicen que padecía demencia o una enfermedad en el cerebro y venía en declive desde muchos años atrás. Entonces, ella estaba en la cama rodeada por sus hijas tratando de ayudarla, aunque todo era en vano, pues seguía convulsionando y parecía que ya iba a estirar la pata, pero luego de unos minutos continuaba viva y sufriendo toda la madrugada. Fue entonces cuando una de las hermanas de Maléfica llegó, luego de un largo viaje a pie, y cuando entró al cuarto de su madre agonizante, le pidió a todas que se fueran. El lugar era hostil, como si se viviera en un limbo de realidades y magias.

Fue entonces cuando la hermana de Maléfica, de quien Ancizar dijo “de su nombre no quiero acordarme”, buscó entre el nochero un destornillador y con mucha rapidez abrió la palma de la mano derecha de su madre, mientras ella continuaba sufriendo y rogando por terminar aquel castigo. Ella padecía, le colocaban los Santos óleos, pero nada. Su hija, había sacado una piedrecita no más grande que una uña del dedo anular y era de color verde oscuro y textura rugosa. Se dice que era una Piedra de Ara, un talismán que se consigue por medio de un tedioso proceso con huevos de gallinazo y que era bendecida o maldecida por ciertos sacerdotes. Incluso se dice que en algunos altares de las iglesias se posaban estas piedras. Luego de extraerla, le rasparon las uñas de las manos y ese polvillo lo mezclaron con un vaso de leche materna de una madre primeriza. Esa leche fue de una de sus hijas, que en el afán de ayudar a morir a su madre, extrajo lo que pudo, pues se decía que dicha bebida daba energías para morir. Era un momento tensionante, de mucho movimiento y rapidez, pues el sufrimiento de la madre de Maléfica era sobrenatural. Fue entonces cuando bebió la pócima y sus hijas fueron testigos de su muerte.

Esta historia la recuerda Ancizar, y también uno de sus hermanos de nombre Alirio, con mucha tranquilidad y la relata de una manera catedrática. Se dice que Maléfica aún continúa rondando en La Magdalena, aunque Ancizar ya no le pone atención a vainas del pasado: ahora vive con su familia en el barrio Valle Real de Buga con su familia y sigue trabajando en el campo, ahora en la hacienda El Diamante. En esta hacienda se siembra y se maneja la guadua y el bambú, dirigida por la interesante familia Cabal, pero eso será para otra historia.

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