LA FINCA

 

Isabella Hoyos Zúñiga

Escritura IV 

Crónica



La casa de Gabriel está ubicada a veinte minutos del casco urbano de Tuluá, aunque realmente no es de su propiedad, es su lugar de trabajo en el que lleva más de treinta años. En la hacienda La Esperanza se hizo un lugarcito para su familia, “levantó” a sus cinco hijos y ha conseguido con arduo trabajo, entre tantas cosas, pagar las carreras universitarias de dos de ellos y conseguir su propia finca, con la que tanto soñó en su juventud. Aún cuenta, con cierta nostalgia, cómo su mamá acababa con esa ilusión.

  • Ma, yo voy a tener una finca.

  • Ay mijo, soñar no cuesta nada.

Gabriel empezó a trabajar desde que era un niño. Nació en la zona rural de Buga, en el seno de una familia muy pobre. Es el séptimo de nueve hijos, pero al ser uno de los pocos varones debía acompañar a su padre a diferentes fincas del norte del Valle a recoger café; es consciente de que esa era una situación muy difícil, pero él dice con un tinte de orgullo en su voz que siempre le gustó trabajar, conseguir su propio dinero y ayudarle a su mamá, ya que “el viejo” era un hombre machista, “tomatrago” y fiestero, que a veces solo proveía lo justo para comer. 

Volviendo al presente, la carretera hacia donde vive Gabriel se hace un poco complicada: no está pavimentada y el sol que había alumbrado durante los últimos días despegaba las piedras de la tierra y los vehículos bajaban casi que resbalados. Cuando llegamos, lo vimos con una pierna apoyada en uno de los muros de la casa, bostezó y se pasó una mano por el pecho; era sábado por la tarde, uno de sus pocos momentos de descanso.

-Casi no llegan, ¿no? -dijo entre risas.

-La carretera está horrible y este carro es muy bajito.

-¿Cuál horrible? Eso está es bueno.

Nos saludó amablemente y nos invitó a pasar. Fuimos hasta la cocina donde nos sentamos y empezó a preguntarnos cómo nos había ido, que si había mucho tráfico. Luego nos invitó un café, el cual amablemente rechacé.


-Agüita, mejor.

-Yo sí quiero un café. A esta hora es más bueno y está recién colado- dijo con una voz ronca. Efectivamente estaba durmiendo antes de que llegáramos.

Empecé a preguntarle cómo le había ido en la semana, qué tal el ordeño, los potreros, los caballos. A todo respondió “bien”. Para él no hay día malo. “Mientras uno esté vivo, puede resolver el resto”. Aunque le gusta mucho la lluvia, agradece el sol que seca los potreros y nos alegó que quien se queja de calor es porque se queda en la casa haciendo nada.

-¿Y cómo va su finca?- le pregunté disimuladamente para entrar en materia.

-Bien, allá siempre llueve bastante, pero seca rápido y los animalitos no dañan la tierra. Menos mal.

Actualmente tiene algunas reses de engorde, que quién sabe cuándo va a vender. Esta finca queda a menos de veinticinco minutos a caballo de su lugar de residencia, la compró hace exactamente veinte años.

-Yo la tenía vista desde hacía rato, pero estaba esperando que me llegara la plata, entonces no había dicho nada. Yo la veía y me parecía buena, pero como no tenía la plata, entonces seguía derecho. Yo llevaba ahorrando un poco de años, no pa esa finca, pero tenía la plata ahí guardada, y ya cuando la pusieron en venta fue que la vi. Entonces el patrón dijo: “vea compadre, le completo pa la finca”, y ya me dio el resto. Ahí ya sí me fui a mirarla. Uno ir a mirar sin tener plata, no. Eso es muy feo.

-¿Y cuánto fue que le valió?

-¿Cuánto fue? Como treinta o treinta y cinco millones.

Mientras iba anotando, Gabriel me miraba con curiosidad. 

-“¿Usted qué hace ahí?- me preguntó

- “Espere, no se me desconcentre”- le contesté.

-Esa finca yo la compré rápido, como tenía la plata, no fue sino ir y decirle a don Epimenio. Inclusive ese día me lo encontré en los linderos y le dije: “Don Epimenio, esta semana voy y cuadramos la finca”. “Hágale, mijo, pero este muchacho de al lado me la está pidiendo también. El que tenga primero la plata”.

-¿Y entonces? - dijo mi acompañante.

-Ah, yo me fui y se la compré. Si yo tenía la plata, pues yo se la compré. Ese otro le dijo que se la guardara, porque él quería completar las tres fincas así seguiditas, como ya tiene las que la rodean, quería esa. Sin embargo ese no tenía la plata, yo sí. El viejito me la vendió a mí- nos dijo entre risas.

Conozco de muy buena fuente las rivalidades que tiene el dueño de al lado con Gabriel. No lo deja utilizar las carreteras que tiene en sus fincas para subir lo que necesita a la suya y ni siquiera que los caseros pasen por sus tierras.

-Uno ahí ya no puede hacer nada. Igual ya con tanto tiempo y en esas, si quiere vivir así, que viva. Ahí sí qué puedo hacer - dijo entre risas- y bueno, ahí va la finquita. Lastimosamente mi mamá no la conoció. Ese era el pensado mío, que ella viera que sí pude comprarme mi finca. Yo me acuerdo que ella decía que soñar no costaba nada. “Mamá, yo me voy a comprar una finca”. “Ay, mijo, soñar no cuesta nada”. Y vea, me la compré y ahí la tengo gracias a Dios. Mi Dios es muy bendito.

Y añade -Imagínese que con la finca le pagué la carrera de medicina a la hija, ahí en la UCEVA. Yo metía y sacaba ganadito y con eso se lo pagaba y ya ahí ya se graduó. La carrera de Juan Gabriel, también y la estadía y todo en Ibagué. Entonces la finquita sí ha servido ¿Qué más le cuento? Eso, ya. Ahí tengo la finca, mañana vamos. Hay unos aguacates de esos que le gustan a “Pera”, un montón de mandarinas pa que lleven y unas papayas más buenas, apenas pa usted que parece un pájaro.

Le agradecí por contarme una vez más la historia, me dijo que no era nada, se terminó su café y se retiró, quizá a dormir de nuevo, y nosotros nos quedamos conversando en la cocina. Hace veinte años, Gabriel cumplió el sueño que tenía desde que era un niño, después de tanto esfuerzo y trabajo; finalmente cuenta con el orgullo de decir que tiene su propia finca, que aunque lleva por nombre “Los Robles”, nadie le dice así. Para todos nosotros siempre ha sido “La Finca”, La Finca de mi papá. 



Comentarios

Entradas más populares de este blog

Barrio El Carmelo de Buga: trazos de su historia, acercamientos históricos y transformación

Entrevista Juan Carvajal

A las once en La Once: un acercamiento a las dinámicas de la prostitución en el centro de Buga